El equipo dirigido por Sergio González logra contra el Rayo la primera victoria en su estadio desde que cambió de nombre
Las maldiciones del fútbol suelen durar cien años, o más. La de Béla Guttmann con el Benfica lleva ese camino. Dijo que sin él, el equipo portugués no volvería a ser campeón de Europa. Mas cerca, en San Sebastián, monsieur Comet anunció que la Real nunca ganaría un título cuando las autoridades locales convirtieron el velódromo de Atocha en campo de fútbol. Comet tenía una tienda de bicicletas. La generación de Arconada y compañía enterró el augurio. En Cádiz cambió el nombre del campo, de Ramón de Carranza a Nuevo Mirandilla, y el equipo se atascó. No había ganado ningún partido con la denominación elegida por consulta popular, y en Cádiz muchos creen en el mal fario. Tuvo que llegar el Rayo para terminar con la racha. No ganaban los gaditanos en su estadio desde el 8 de mayo de 2021. Contribuyó mucho Luca Zidane, el portero que alineó Iraola, un desastre en los dos goles cadistas.
Puede sonar a chamusquina contar que en el campo del Cádiz, el árbitro salió al campo vestido de amarillo, y además no como una licencia periodística, sino de verdad. Iba de amarillo Soto, porque el equipo de casa vestía de morado, en homenaje a la mujer con un día de adelanto, y andaba el juez con el ceño fruncido, como si el capitán del Cádiz, el del Rayo, o los dos a la vez, le hubieran pisado un callo en el sorteo de campos. Tal vez es que atravesó el puente de la Constitución con otras expectativas y al inscribirse en el hotel le contaron que los carnavales ya han finalizado, se acabó la juerga y es tiempo de cuaresma. Se comportó el árbitro con la frialdad de quien maneja un radar de la DGT, sacando fotos y sancionando sin atender razones: golpe de flash por aquí, golpe de flash por allá y cinco tarjetas, casi todas por tontunas, que se ampliaron a nueve al final.
Y con el árbitro sin darse cuenta de que el fútbol es un juego para alegrar a la gente, algo que no casa con su rictus de funeral, en el Nuevo Mirandilla apenas se jugó a nada en la primera parte, atentos todos al concierto de una nota de silbato repetida decenas de veces. Y no fue porque los futbolistas pegaran, chocaran, fingieran o lanzaran pelotazos a la grada. Se hizo muy larga la primera mitad, porque además tuvo cuatro minutos de prolongación y porque allí nadie se movía sin permiso del juez, que a veces parecía el de la horca.
Alguien le debió de decir que aflojara un poco y que relajara el semblante, porque pasó del festival del silbo a convertirse en apóstol del sigan, sigan, y entonces el fútbol comenzó a fluir un poco más; se liberaron el Cádiz y el Rayo y las gradas del campo gaditano empezaron a ver un poco más de juego. Diez minutos después del cambio de tendencia, un córner que sacó el equipo local le llegó a Alcaraz, que remató en el segundo palo, mientras Luca Zidane trataba de rectificar su vuelo fallido.
Se adelantaba el Cádiz, que se animó con el marcador favorable. Negredo se fabricó poco después un remate que salió cerca del palo. Pero también el Rayo, necesitado de buenos resultados, apretó en el otro lado del campo. Fue Álvaro quien lo intentó para su equipo con más tenacidad. Sin embargo golpeó otra vez el equipo de morado. De nuevo erró Luca, esta vez de manera lastimosa. Otra vez intentó volar muy lejos de sus posibilidades en un centro bombeado. La pelota se le escurrió de las manos y cayó a los pies de Idrissi, que amplió la ventaja local. Quedaba mucho tiempo y trató de apretar el Rayo, pero sus remates no superaban a Ledesma. Estricto en su reglamento, el árbitro alargó siete minutos el partido, pero ni de esa forma volvió a activarse la maldición del Nuevo Mirandilla. En el vestuario cadista hubo fiesta, y ya hay quien pide jugar siempre de morado.
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