El Barcelona es transparente y frágil. Está deseando que la temporada acabe de una vez, siendo la lucha por la segunda plaza de la Liga un consuelo que importa mucho más a quienes gestionan las telarañas de la caja que a unos futbolistas sin títulos por los que correr. Después del deficiente desempeño en las derrotas frente al Cádiz y el Rayo, el equipo venció a un Mallorca que, tras una hora encerrado en su campo, provocó otro tembleque innecesario en un Camp Nou que vive inquieto. [Narración y estadísticas: 2-1]
Miró el Barça a su vieja guardia, con Jordi Alba abriendo salidas en los laberintos y Sergio Busquets rematando. Aunque quien cambió la dinámica claudicante del Barça fue Memphis. Sí, aquel delantero que comenzó la temporada con la energía y la convicción de liderar la era post-Messi, y que acabó olvidado en la caseta ante una responsabilidad que no le correspondía.
La titularidad de Memphis sirvió para encontrar nuevos estímulos ahora que los fichajes invernales languidecen. Aubameyang ha perdido chispa; Ferran Torres, al que Xavi Hernández quiso ayudar ofreciéndole su orilla, la derecha, continúa entregado al martirio con el gol -cuando marcó, entre rebotes, se lo anularon por fuera de juego-; y Adama ya ni asoma.
Memphis, al que pocas veces se le había visto reclamar balones al espacio, supo interpretar las necesidades de un Barcelona que, sin el lesionado Pedri, vive de la verticalidad. Y así llegó el gol inaugural. Jordi Alba ejerció de gran lanzador, y el neerlandés, que arrancó en el momento adecuado ante la vigilancia de Maffeo, no tuvo más que controlar y ejecutar con la derecha.
El gol a favor fue la excusa que estaba esperando Piqué para pedir el cambio. Insiste el central en jugar cojo, y encuentra en Xavi a un aliado en ese discutible ejercicio de heroísmo. Esta vez aguantó 28 minutos.
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