En el mundo del fútbol, ser una personal normal muchas veces es lo extraño. Acomodados en casas de lujo y círculos viciosos, algunos futbolistas pueden llegar a perder el norte, olvidar sus raíces y el propósito de su carrera profesional. No es el caso de Fede Valverde, Federico Santiago Valverde Dipetta en sus documento de identidad. «Pocos salen ya como Fede. Es un chaval tímido, familiar y normal, muy normal, todo lo normal que la gente se pueda imaginar», cuentan sobre él en Valdebebas, donde ya gestiona galones de hombre imprescindible para Carlo Ancelotti. No es un chico de rotación para sustituir a Casemiro, Modric o Kroos cuando no puedan jugar. Es titular junto a ellos y vital en la mejoría del Madrid en las últimas semanas. El Pajarito es la pieza del puzle que le faltaba a Carletto.
Hijo de Julio y Doris y criado en un entorno estable en Montevideo, capital de Uruguay, Fede hizo al fútbol actor protagonista en la casa de los Valverde. Tanto que con tres años ya entrenaba con un equipo de niños de seis y a los nueve su madre le llevó a las pruebas para entrar en Peñarol. Cuentan que, tímido como era y es, esperó apoyado en un árbol la llamada de su entrenador mientras los demás compañeros insistían en jugar. Ya saben: «Un chico tranquilo».
Saltar etapas con extrema facilidad en la cantera de uno de los clubes más grandes de Uruguay no le hizo creerse más que nadie, sino que reforzó su idea de la normalidad. Se alejó de amistades que no le convenían y mantuvo el entorno familiar y estable con el que había crecido. Tampoco cuando el Madrid anunció su fichaje, con 17 años, ni al levantar su primera Liga uruguaya con 18, ni siquiera al ganar el Balón de Plata del Mundial sub20 de 2017 con apenas 19. Nada cambió a Federico. «Ya cuando llegó al complejo de las inferiores de Uruguay era extremadamente tímido. Chiquito, flaquito… Tenía una visión de juego sorprendente para su edad», destacó Tabárez, seleccionador, en su momento. «Nunca vi a un jugador de 16 años con sus aptitudes», señaló en aquella época el entrenador Pablo Bengoechea, miembro de Peñarol.
SU PRIMER HIJO Y EL COVID, PUNTO DE INFLEXIÓN
Se trasladó con sus padres a España, primero a Madrid, luego a A Coruña y después otra vez a la capital, y creció, «callado y profesional», en la disciplina madridista. Las voces más cercanas al vestuario blanco señalan la importante profesionalidad del grupo humano que forma la actual plantilla del Madrid, especialmente a la hora de aceptar roles, suplencias y pérdida de galones. Y en ese Valverde ha actuado de sobresaliente. Consciente de que tiene por delante a un centro del campo que ha marcado una época, ha sabido esperar sin alzar la voz hasta que el fútbol le ha entregado su tiempo: «Está muy centrado en el fútbol, en la preparación y en el descanso», señalan en su entorno. El día antes del partido contra el PSG desconectó el móvil, no estaba para nadie. Y hoy contra el Chelsea hará exactamente lo mismo.
La paternidad es otra de las cosas que ha supuesto un punto de inflexión en su vida y en su carrera. Su mujer, Mina, dio a luz al pequeño Benicio, ‘Beni’, en febrero de 2020, justo antes de que el mundo se detuviera. Con sus padres de vuelta en Montevideo al formar él una familia con su pareja, el bebé y las reflexiones durante el confinamiento centraron todavía más sus esfuerzos en la familia y el fútbol. No ha existido nada más para él desde entonces.
«Tiene el prototipo del fútbol de nivel europeo», decía en 2016 Ramiro Martínez, uno de sus entrenadores. Seis años después, Valverde es para el Madrid «el prototipo de futbolista moderno». Físico, fuerte, vertical y con pegada, pero también con el talento necesario para combinar, algo clave en los grandes del continente. Así lo agradece el Madrid, aliviado desde que ha saltado al once titular. Contra el Chelsea, su despliegue físico en defensa ayudó a Carvajal y a Modric, y en ataque castigó con su velocidad a Azpilicueta y Rudiger. Después de una temporada en la que Ancelotti apenas ha rotado, esta apuesta tranquiliza también al uruguayo de cara a su futuro. Sólo se ve de blanco, como en aquel sueño que tuvo con cuatro años: «Mamá, soñé que tenía una camiseta blanca y el público me cantaba», contó su madre hace un par de años.
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